La verdadera comparación

Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá (Rm 8,18). Hoy queremos aceptar esta verdad que San Pablo razona con los cristianos de Roma. No es algo –les dice el Apóstol- que nos pase únicamente a nosotros como condición humana sino que afecta a toda la creación: estamos sometidos a una frustración a causa del pecado, vivimos gimiendo como en medio de unos dolores de parto, nuestra esperanza es la redención de nuestro cuerpo.

Los sufrimientos de ahora no son nada comparados con la felicidad que nos espera. La pregunta es esta: ¿dónde ponemos nuestra mirada? A menudo, los sufrimientos físicos o morales nos atrapan. Lo estamos viendo en la epidemia que nos ocupa: el sufrimiento muerde nuestra carne mortal mientras que la felicidad, naturalmente expansiva, queda casi reducida a evitar ser contagiados o padecer síntomas. Poder decir que los sufrimientos “no son nada” no lo afirma san Pablo como fruto de un ejercicio mental o a base de darse mensajes positivos… lo está diciendo como hijo de Dios, con las primicias del Espíritu, porque ya se ve incorporado a la gloria de Cristo, su Señor.

Nos dicen expertos educadores que la mayoría de jóvenes tienden a rechazar el sufrimiento y acaban renunciando a amar. El miedo a sufrir es el mayor enemigo del amor y de la voluntad porque el esfuerzo por hacer el bien hace sufrir y produce afectos no siempre agradables. Cuando estamos dominados por la afectividad, la felicidad es necesariamente pasajera e inestable y si, además, añadimos el miedo entonces difícilmente podemos ser libres en el amor. Pero no pongamos únicamente en el ambiente juvenil lo que es un riesgo para todos: no sólo rechazamos cualquier sufrimiento que nos afecte sino que también a menudo evitamos el de los demás.

El sembrador, que es Cristo Jesús, con su palabra poderosa tiene un propósito para nosotros y se cumplirá. Si le ofrecemos una tierra buena óptima para que lo que baje del cielo sea acogido y pueda crecer entonces empezaremos a poner la mirada en la verdadera felicidad que, sin darnos una gratificación inmediata, nos abrirá a la comunión plena con Dios, nuestra paz. San Pablo nos dice que no es comparable lo de vivimos aquí con lo que recibiremos allí. Nosotros nos comparamos con los que están peor para sentir cierto alivio, pero sí que hay que compararse con lo que Cristo nos ha obtenido. Está claro que, en un instante, nuestro cuerpo puede sentir la esclavitud de la corrupción pero también es evidente que ahora, en el banquete eucarístico, se nos ofrece el cuerpo glorioso de los hijos de Dios.

Es por esta libertad que podemos decir que “no es nada” lo que para otros es fuente de desesperación. Por esta libertad deseemos al sembrador y su siembra por la que crecerá nuestra esperanza.

Mn. Pere Montagut, párroco.